A principios de 2010 se conformó la Comisión Nacional de Reducción de Sodio integrada por un cuerpo de profesionales y técnicos, que finalmente resultó en la firma de dos Convenios Marco (2011 y 2012) entre el Ministerio de Salud, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca y representantes de la industria alimentaria para reducir el contenido de sodio en los alimentos procesados.

Estos acuerdos marcan el comienzo de una etapa cualitativamente distinta en la colaboración que deben mantener el sector público y la industria elaboradora de alimentos para proteger la salud de la población.

Por medio del Convenio se acordó realizar intervenciones basadas en dos pilares principales: la reformulación de productos con menores concentraciones de sodio a cargo de la industria; y la educación alimentaria al consumidor para que reconozca los riesgos del consumo excesivo de sodio.

Desde entonces, se crearon subgrupos de trabajo -farináceos, sopas, aderezos y conservas, productos cárnicos y derivados y lácteos-quesos- con el objeto de agilizar el trabajo y crear un ámbito de cordialidad e intercambio entre las empresas con productos similares. Para la elección de los productos que integran la iniciativa se tuvo en cuenta el rol del sodio en los productos, la viabilidad y factibilidad tecnológica, y el potencial impacto en las ventas.

En los mencionados convenios se establece que el sector industrial de alimentos trabajará en la reducción de manera voluntaria y progresiva del contenido de sodio en los grupos de alimentos procesados mencionados ut supra.

Por último, es importante destacar que aunar las actividades y esfuerzos de todos los actores públicos y privados involucrados a lo largo de la cadena agroalimentaria, permite fortalecer los recursos humanos, potenciar los resultados y, en consecuencia, garantizar la salud pública de nuestros ciudadanos/consumidores.

Antecedentes

Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en el mundo: el 80% de estas defunciones se deben a la hipertensión, el tabaquismo y la hipercolesterolemia. De estos factores, la presión arterial elevada es la causa directa más importante de muerte en todo el mundo, tanto en países desarrollados como en países en desarrollo.

Se estima que la presión arterial sistólica (PA) elevada por encima de 115 milímetros de mercurio (mmHg) podría explicar el 66% de los accidentes cerebrovasculares y la mitad de los casos de enfermedad cardiovascular, los cuales en nuestro país representan el 32% de las muertes.

Según los resultados de la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo del Ministerio de Salud (2009), en nuestro país, la presión arterial (PA) elevada explicaría el 62% de los accidentes cerebrovasculares y el 49% de las enfermedades coronarias. Asimismo, una de cada tres muertes es consecuencia de las enfermedades cardiovasculares.

Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) a través de la Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física y Salud, en Mayo de 2004 (DPAS), reconoce la carga que impone la creciente prevalencia de enfermedades crónicas en muchos sistemas de salud, y hace hincapié en la elevada prevalencia de enfermedades cardiovasculares y de sus factores de riesgo, en particular la hipertensión.

Al mismo tiempo, existe una relación continua, consistente, e independiente de otros factores de riesgo que asocia los niveles de presión arterial (sistólica y diastólica) y la incidencia de accidentes cerebrovasculares, infarto de miocardio, insuficiencia cardíaca, insuficiencia renal, enfermedad vascular periférica, alteraciones cognitivas y mortalidad por todas las causas.

Uno de los principales determinantes de la presión arterial elevada es la ingesta excesiva de sodio, a través del consumo de alimentos procesados y de sal de mesa.

Estudios realizados por el Ministerio de Salud concluyen que en la República Argentina el consumo de sal oscila entre 12 y 13 gramos de sal diarios, valores muy por encima de los 5 gramos/día que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Esto puede deberse a que muchas personas agregan sal en exceso en sus comidas – en algunos casos sin probarla -. Por otro lado, se estima que el sodio contenido en los alimentos de forma natural (no agregado) es suficiente para satisfacer las necesidades del organismo.

Por estás razones la reducción de sal de la dieta en el tratamiento no farmacológico de pacientes hipertensos a nivel poblacional (hipertensos o normotensos), puede redundar en importantes beneficios.

Del mismo modo, existe evidencia científica consistente sobre la efectividad de diferentes intervenciones para modificar la presión arterial, a nivel individual como a nivel comunitario y poblacional. La manera más eficiente de lograr cambios a nivel poblacional es a través de intervenciones de promoción de la salud, estimulando la adopción y mantenimiento de hábitos de vida más saludables.

En este contexto, la oportunidad de intervención sobre el contenido de sodio de alimentos procesados se desprende que, una pequeña reducción de sodio en un sector de alimentos de consumo masivo, puede tener un gran alcance.